No estaba en la mente del Rey Juan Carlos dejar el trono al
cumplir los setenta años, aún
seguía bien erguido a pesar de sus
visitas médicas quirúrgicas; de todas formas su estado físico no estaba del
todo presentable. El principio
defendible era “Ha muerto el Rey, ¡Viva el Rey!”, pero avanzado el siglo XXI ha ido perdiendo lustre la
Monarquía parlamentaria por mal o deficiente funcionamiento de las
instituciones democráticas, ¡Quién lo diría!, servidas por una clase dirigente con
responsabilidad política, económica, jurídica y administrativa, que ha creado desconfianza y
decepción en la ciudadanía.
La razón principal del
malestar popular es la percepción de haberse creado una clase política
endogámica de partidos políticos cerrados y privilegiados, mayoritarios,
que dueños del poder han sucumbido a la
corrupción y codicia que a lo largo del tiempo los han ido corroyendo impregnándose el país. Esto perjudica a
cualquier régimen, especialmente si se titula Monarquía parlamentaria con un
Estado social y de derecho. Han gritado mucho los diputados en el Parlamento,
nunca encuentran “una verdad” para concordar, el país se
va disgregando y no se enteraban de lo que le venía encima.
En segundo lugar, es
dañosa la falta de ejemplaridad personal
y social, con olvido del sentido ético, máxime
cuando ha contaminado al vértice
sensible del Estado que es la Corona,
prosperando comentarios y chismorreos callejeros, desfavorables a miembros de la familia real y
en los
medios sociales críticos – en un
país libre y de derechos humanos - en
los que se ven aludidas y tocadas las
instituciones a todos los niveles del País. Entre alguna institución que salva
el honor, el pueblo salva a la Reina
Sofía y al presunto príncipe sucesor.
Si eso fue y es así, añadamos la crisis económica y financiera que ha llevado
al país a una situación insoportable que lleva a unos ciudadanos al suicidio y a muchos a la desesperación,
que en otras situaciones históricas eran motivos de revolución. Gracias a la
solidez de los núcleos familiares y a la
solidaridad ciudadana y buen hacer de
políticos de canastas “sin manzana podridas”, que alivian el
ataque de esta “plaga de langostas”, el gobierno popular de mayoría
absoluta, metido en la galerna, sueña con sacar al barco del naufragio. Son al
menos tres motivos suficiente para dejar paso a una esperanza colectiva que
pueda encarrilar su propio hijo Felipe
VI, a quien preparó para ser un digno Rey.