En junio de 2013 se celebraban los 113 años de su
nacimiento y este año nos prestamos a
celebrar el setenta aniversario de la
publicación de su obra “Le Petit Prince”, escrita en el pacífico
exilio de Nueva York, publicado en
1943, y en 1946 en la Francia libre, finalizada la guerra
mundial. Entremedias moría Saint- Exupéry, en 1944, en un último servicio a su
patria, como piloto aéreo.
Traducido hoy a
más de cien idiomas y con millones de ejemplares, este pequeño gran cuento es
deleite de niños, y admiración de adultos que no escapan al reproche del
Principito por su falta de imaginación y de comprensión: “Les grandes personnes ne comprennent jamais”. Salvo, que fuéramos capaces
de intuir con “inteligencia emocional”
la profundidad de lo invisible.
Sus amigos de juventud,
con gran afecto, le llamaban “Tonio”,
y le tenían por valeroso, inteligente, de gran fantasía, encantador y profundo,
con una pizca de espíritu de aventura. Iba destinado a ser marino y terminó en
poético y diestro aviador. Era un hombre
de paz y afecto a la vida familiar, pero apenas gozó de ello. En sus aventuras
aéreas como piloto comercial de famosa
compañía aéreo-postal, vuela
atravesando el desierto africano, Sahara
español, Senegal, Argentina, etc. Escribe sus experiencias de piloto, sus
graves accidentes y sensaciones vitales con gran éxito periodístico y
literario. Sus raíces sociales no le impiden ser un ciudadano normal, un
trabajador arriesgado en su lucha por la vida, realizando su oficio con total
entrega y responsabilidad. El porta un
espíritu pleno de valores, que vierte con destellos épicos en sus novedosas
novelas, como “Correo del Sur”, “Vuelo nocturno”, “Tierra de hombres”, “Ciudadela”…
En efecto, el gran pionero francés de la aviación, como
temática novedosa de la Literatura,
expone los riesgos y peligros entre las nubes y espacios siderales, escenas
reales narradas en cuadros dramáticos y heroicos. Como representante del
humanismo considera que “la grandeza de
un oficio es, ante todo, unir a los hombres y preocuparse por ellos.” Sus personajes -Fabien, Rivière, Mermoz, etc.-
son puestos de relieve exaltándose el
sentido del compañerismo, el del deber profesional y humano, la
responsabilidad del jefe, el sacrificio
compartido hacia la esposa y familia que
sufre la ausencia o desaparición
del ser querido, desaparecido en
vuelo nocturno, o en combate en día
soleado, a veces ignorado por el colectivo al que sirve.
Regresa del exitoso
exilio norteamericano, y voluntariamente como piloto de guerra a sus 44
años, se juega la vida defendiendo a su
patria contra la barbarie nazi que había invadido su país, en la II Guerra
Mundial. Y ahí parecía acabar la historia de un presentimiento anunciado ya en
“Piloto de Guerra”, meditando frente
a la pantalla de los mandos del avión el sentido de la vida y el destino de la
especie humana.
Saint- Exupéry lo
va a vivir en sus propias carnes. Lleno
de gloria literaria a sus 44 años, magullado su cuerpo por los accidentes,
dolido por el recelo del Jefe de la Resistencia de su país, De Gaulle, se
presta desde Córcega a realizar un vuelo de reconocimiento sobre las filas
enemigas alemanas. Nunca regresó a su base, fue
su último vuelo. Esa noticia se extendió por todo el mundo, pero Francia
ocupada todavía por los alemanes y la proverbial y metódica duda
cartesiana dejó pasar el tiempo en las
averiguaciones.
Y ahí surgirá la
leyenda que nos embarga. Los alumnos españoles de la etapa 1960 - 80 no
sabían más detalles de la tragedia del heroico “Saint- Ex”, porque tampoco lo
sabían sus profesores españoles, ni siquiera los propios franceses. Destinado
yo en Marruecos como profesor, en 1998,
supe por la prensa francófona marroquí que
un pescador, al sur de Marsella, había encontrado en sus redes un brazalete
con el nombre de Saint-Exupéry y Consuelo,
su esposa salvadoreña, y el nombre del editor neoyorkino de “El Principito”. Se
produjo en el mundo cultivado gran expectación.
Dos años después, un
arqueólogo submarinista encontró, en el lugar que citaba aquel pescador, los
restos del chasis del avión LOCKHEED P38 que pilotaba el famoso lyonés. Finalmente,
se recuperaron los restos del avión que
hoy se guarda en el Museo del Aire de le Bourget de Paris. En 2008,
con cierto morbo por un lado y glamour por otro, dos aviadores alemanes de la LUFWAFE dicen
ser los que habían derribado el avión del piloto francés en aquel día del 31 de
Junio de 1944. Sin embargo, según el sobrino nieto de Saint-Exupéry, Olivier
d´Agay, la autoría se debe al aviador alemán, Horst Ripper, nonagenario
fallecido recientemente.